viernes, 11 de diciembre de 2015

Ignorancia, libros y otras patologías

"Los libros curan la más peligrosa de las enfermedades humanas: la ignorancia" —Radko Tichavsky.
Es una de esas frases que van y vienen periódicamente, y que suena tan rotunda que parece innegable.
Yo no estoy de acuerdo. Si eso fuese cierto, cualquier lector avezado y constante sería sabio. Más aun: sería un santo, una persona sin mácula desde el punto de vista ético; un ejemplo a seguir hasta para Kant.
Pero la enfermedad humana más peligrosa es el orgullo, y tal dolencia no se cura leyendo. Ni tan siquiera los libros más extraordinarios pueden enseñarnos la senda de la verdadera humildad (de la verdad más íntima sobre quiénes somos de un modo tan exacto como doloroso).
Leer puede aumentar nuestro saber. Pero la historia está plagada de grandes, voraces lectores que al cabo terminaron siendo lobos para otros hombres. Y también, y esto es más consolador, de ignorantes que cambiaron su época con obras, palabras y silencios no recogidos en libro alguno.

Leer es sano, sí. Pero, al igual que sucede con los alimentos, depende del qué, el cómo, el cuándo, el con quién... y no meramente del cuánto.